Lluvia y renovación en New York, cuna de algunas musas citadinas
- Sandy Blackstar
- 9 abr 2020
- 5 Min. de lectura

Despertamos con la atroz novedad de que Estados Unidos –y con foco especial en Nueva York– encabeza, hoy por hoy, el número de contagiados de Coronavirus, poniendo “para no variar” a los Estados Unidos en los primeros lugares de “algo”, en este caso, una pandemia. Luego, esto me arrastra a los textos citadinos newyorkinos, literarios o fílmicos; ¿y quién podría ser mejor referente de ello, sino el encumbrado y sólido productor, director y escritor de filmes, Woody Allen? Así, me ocuparé de revisar sus trabajos más recientes, para hurgar en las cabezas y mundos de sus personajes, quienes, más que estadounidenses son newyorkinos, ¿o debo decir “woodyalleanos”? Probablemente sí.
La presente reseña está dedicada a Día de lluvia en Nueva York, o, con su título original, Rainy day in New York, filme que es, sobretodo, una comedia romántica, que hace lucir a jóvenes actores ya consolidados como: Themotée Chalamet, Elle Fanning y Selena Gómez, a través de diálogos abundantes y teatrales, muy al estilo de Woody Allen; por ahí, luce, interpretando un rol secundario –un actor de Hollywood, tan famoso como deseado–, nuestro carismático y reconocido actor mexicano, Diego Luna. Y por supuesto, no debo pasar por alto que todo el anzuelo de la trama gira en torno de Liev Schreiber, quien interpreta, nada más y nada menos que a Roland Pollard, cineasta “de a deveras”. Todo lo demás, realmente recae en el excelente guión original del hacedor: Woody Allen, quien, sabe cómo jugar con las idas y vueltas, asimismo, con los desencuentros y las peripecias en el desarrollo de la cinta, a fin de desviarnos del desenlace cliché.

Ya desde que estoy citando los nombres de dos actrices y un actor, podemos sospechar que la cosa se tejerá hacia el crecimiento de un extraño e impredecible triángulo amoroso, donde, muy del estilo de Woody Allen, su protagonista es el último en enterarse, al encarnar un personaje romántico, deslucido, despistado, y un poco a la sombra de su doncella apolínea –en este caso Fanning, interpretando a Ashleigh Enright–, quien sí le corresponde en amores, pero no en acciones. Aquí, cabe aplicar ese refrán que recita que “del dicho al hecho hay largo trecho”. La historia presenta, ya desde el inicio, y como premisa básica, que una joven pareja de universitarios pretende viajar románticamente a Nueva York, pues ella ha obtenido una primicia: tendrá la oportunidad de hacer una entrevista de semblanza al cineasta que tanto admira; me refiero a Roland Pollard. Esta misma secuencia, donde ellos van caminando, desde su universidad hacia a la calle, también trae consigo implícito el conflicto que detona la trama: ella irá en búsqueda del hombre admirado, mientras se aleja, más y más, del tibio nido, donde vivió sus amores de colegiala. El joven novio, un chico bastante fresa y disruptivo, Gatsby Welles –Themotée Chalamet, a quien recientemente vimos en Mujercitas, y antes en la tan afamada cinta Call me by your name–, no tiene más remedio que aceptar este mandato femenino, y entonces proponerle a su guapa novia que tengan un romántico y diferente fin de semana en Nueva York.
Ya estando ahí, a través de las peripecias, desarrolladas por medio de la aparición de personajes secundarios, la pareja empieza por desencontrarse, para luego irremediablemente perderse el uno del otro, en lo que sería un el fin de semana con la mejor de las logísticas, pero con la peor de las ejecuciones, debido a cómo, una por una, las actividades planeadas tienen que ir cambiando, para ajustarse a la espontaneidad que demanda el momento presente.
Ash, o sea Fanning, empieza seria, emocionada y ecuánime, para derivar en descolocada y hasta naiv turista, a partir de que conoce a Polard; y es que éste, en vez de dejarse entrevistar, avasalla y termina entrevistándola a ella, para luego arrastrarla a una serie de curiosas indiscreciones por toda la ciudad.

Mientras tanto, ya en el desarrollo, la historia se abre en paralelo para mostrar lo que hace el frustrado Gatsby, mientras no logra culminar una sola cita newyorkina con su atareada novia. Gatsby, como son los varios personajes masculinos de Allen, es muy él, muy romántico –en el sentido estricto de la corriente artística de finales de siglo XIX–, muy venido a menos; y a pesar de ello, es culto, inteligente, agudo, irónico, y con cierto halo de pesimismo, tan característico en los chicos introspectivos y de bajo perfil que tanto encantan a Woody Allen –quizás en un esmero autoproyectivo–. En uno de los desencuentros que tiene con Ash, Gatsby coincide con Chan Tyrell (Selena Gómez), con quien, chuscamente, y luego de interpretar una escena amorosa dentro de un coche, termina concretando la visita a un museo y algún otro paseo por ahí, a pesar de que las probabilidades de ambos de gustarse y formar pareja fueran absolutamente escasas: Chan era la hermanita de una ex de Gatsby; eso hace que él la etiquete y se le resista, sin advertir en qué momento termina sintiéndose secretamente atraído hacia esta nueva versión, ya crecida y resuelta, de quien otrora fuera su cuñadita. En el clímax de la cinta, Gatsby asiste a una reunión obligada, con su escrupulosa y dominante madre, quien le hace una tremenda revelación –realmente el espectador jamás la adivinará–. Dicha epifanía lleva a Gatsby a replantearse quién es y por qué, ¿en vez de estar yendo, detrás de una novia guapísima e idónea, no se escucha primero a sí mismo, y se permite mirar las cosas a través de otro espejo, justamente aprovechando que está en “el lugar”, o sea ese Nueva York, tan idealizado por él?

Como dije al inicio, la delicia de los filmes de Woody Allen radica, primordialmente, en el desarrollo de sus personajes tan teatrales, redondos y parlanchines. No cabe duda de que este escritor brinda mil y un matices a sus personajes, a partir de lo que musitan, dialogan, pelean, o rugen, para oídos de todo el mundo. Por otro lado, siempre su intención cinematográfica se hace presente: el empleo deliberado de planos, iluminación y movimiento, para plasmar los momentos emocionales y de evolución del personaje. Por ejemplo, no es gratuito que muy cerca del desenlace la pareja de Ash y Gatsby vayan finalmente juntos, en un plano muy abierto (muy lejano y de apariencias), montados en una carroza halada por caballos –muy en la atmósfera de Lo que el viento se llevó–, para luego dar el giro inesperado y cerrar la toma, mostrando a Gatsby, decidido y bajando abruptamente de la carroza. Ésas son las cosas que vemos en los filmes de Allen, mientras nos entretenemos con el inquieto discurrir de sus personajes, los cuales otorgan tremendo dinamismo al relato.
Creo que otra cosa, “muy” sello personal del consolidado director Woody Allen, es el poner a los personajes en situaciones espontáneas y ridículas, que los llevan a salirse del plan trazado, para que emerja de ellos su aspecto más sórdido, inaudito y vulnerable.

Así es que si andan en plan de ver una de esas pelis agradables, con atmósfera ligera, donde debes seguirle el hilo a las acciones del desarrollo; donde encontrarás retratados, de un modo muy fresco y bizarro, a actores que están subiendo como la espuma, Rainy day in New York es la opción. ¡Miren que sacar a Selena Gómez de su papel de fresita malcriada y sexy! Estoy segura de que para ella fue un honor trabajar con Woody Allen y servirle de musa exótica, dentro del contexto newyorkino. Ah, y obviamente en la película llueve mucho e inesperadamente, justamente cuando apenas despuntaba el mejor de los días soleados. Sin embargo, desde la pluma de Allen, esta clase de cosas son las que le dan su exquisitez a Nueva York, siendo también la pista simbólica de que todo en esta historia se trata de movimiento, renovación y adaptación constante a los efectos del clima, o de las circunstancias.

Rainy day in New York es linda, muy bien hechecita, llena de curiosidades y de los referentes del mundo del arte que se escurren, sin sobreimposición alguna, de la forma de ser, decir, o actuar de sus personajes.
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